viernes, 11 de noviembre de 2016

Cohen




Sí, compañero, mejor marcharse de un mundo que ya no estaba a tu altura. Empeoramos por momentos.

Sí, compañero, amamos la oscuridad, pero venimos de la luz y a la luz volveremos algún día.

Sí, aquí seguiremos bailando hasta el final del amor. Resignados, tristes, un poco distraídos por los golpes del temporal.

Sí, y por las noches soñaremos que todavía es posible que, en el próximo amanecer, asaltemos pacíficamente los cielos. Empezaremos por Manhattan y ni siquiera el olor ácido de la mañana será suficiente para apaciguar la fuerza de nuestros corazones.

Que suenen los violines.

Que suenen ahora, mientras inclinamos la cabeza con el sombrero compungido contra el pecho.

Que suenen, y “todos los hombres serán marineros hasta que el mar los libere”.

Sí que me acuerdo. Asomado a la claraboya del tejado, a punto de salir volando por los aires, sostenido solo por la mano cálida de Suzanne y un ay.

Suzanne una y otra vez. Como si sospechase que si la música paraba no habría día siguiente.

Sí, me temo que ya no corre sangre por todas las venas. Se congeló. Consecuencias del cambio climático y la deriva de los continentes.

Sí, se acabaron las canciones.

Sí, estaría bien levantarnos en un suspiro, ahora, mientras el planeta gira, y caminar asolas y descalzos sobre la hierba mojada. O correr desesperados por las calles para iniciar una revolución. Sí, no todos seremos poetas, pero tenemos el deber de intentarlo.

Sí, compañero, no hay profesión más noble que la tuya.

Sí, saltemos ya sobre los charcos sin arrepentirnos después.

Y gracias por venir, y quedarte este ratito.

So long, Cohen.



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