viernes, 11 de septiembre de 2015

Matrimonio



El verano declina y la sangre va serenando su brío. Languidecen las hojas de los árboles, entristece el cielo el suelo y, por las mañanas, bien temprano, un aire frío me hace encoger en la azotea.

Todo el mundo vuelve a su rutina. Las calles se colapsan de vehículos. Las aceras se pueblan de estudiantes ociosos repartidos por las terrazas, apurando los últimos rayos de sol en oferta.

Así, de repente, me parece que es una buena época para el matrimonio.

Se trata de una cita que se fue postergando en el tiempo, sin día concreto. La vida se abre camino sin necesidad de papeles. Aun así, soy de la creencia de que a veces, es bueno poner ciertas cosas por escrito. Si no, de qué esta deriva…

Él llega tranquilo con los dos jovenes de la mano; tres el pequeño, cinco la mayor. Viste camisa de lino y pantalón vaquero. Eso sí, la tendencia la marca el pequeño T que luce camiseta de superman. Excelente mañana para un superhéroe.

Ella aparece un poco más tarde. Viene del trabajo. Hoy la dejaron salir un poco antes. Nada más llegar se le hace entrega de un ramo de gominolas.

Somos, además, cinco testigos. Solo dos firmarán dando fe. Nada en esta vida me gusta más que dar fe.

La jueza los recibe con sonrisa. Verifica identidades y comprueba que acuden libre y voluntariamente a la cita. Acto seguido se esmera con la lectura de un par de artículos del código civil.

El trato queda sellado con un beso. De aquí a la eternidad.

Nos repartimos las flores de dulce, se disparan aquí y allá algunas fotos y elegimos un buen lugar para festejar con un trago, completado con un improvisado restaurante italiano.

La fiesta termina pronto. Llega la despedida y de camino a casa me acuerdo de la historia que me contó la novia durante el vermú.

Al parecer estuvo tentada de acudir al enlace con un vestido blanco roto, propio del evento que la concitaba. La prenda está guardada en el desván de su casa. Es de una amiga y cuando ésta se separó de su marido le pidió que se lo guardase. Fue el ex el encargado de hacérselo llegar. Apareció un día por sorpresa con el vestido metido en una bolsa negra de la basura. Lo siento, le dijo al ser consciente de lo que entregaba en prenda, era lo último que quedaba por mudar de la casa y no tenía otra cosa mejor para el transporte.

La pareja se disolvió, cada miembro tomó su camino y mi amiga cumplió fielmente la encomienda.

Así son las cosas. El día más feliz de tu vida puede acabar envuelto en una bolsa de la basura. La existencia es volátil y caprichosa. No existen verdades absolutas.

Camino despacio. Tengo tiempo antes de coger el tren que me lleve de nuevo a casa. Como en una metáfora construida para la ocasión, el sol impetuoso de la mañana se empañó con la entrada de la bruma marina.

Pienso en las cosas que se van y no vuelven. En lo aprendido y desaprendido al cabo de los años.

Me siento como un funámbulo dudando del siguiente paso en su camino por el alambre. Sin red amiga bajo los pies.


Foto: Rocío Brage

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