Despierta a media tarde, urgido por una
prisa de no sabe qué, con la tv ladrando en vacío, platos y tarteras por fregar
y una tormenta de voces sin sentido que se cuelan por la ventana entreabierta…
Se incorpora, apenas. Recapacita. Recupera
espacio y tiempo. Un sueño pesado y molesto se disuelve en el aire, sin más resto
que una enfermedad incurable acechando…
Sí, es su cumpleaños. Casi lo había
olvidado, pero ahí estaba la fecha, bailando una lenta en un mes cargado de luz
y polen.
Hace algo de frío, está definitivamente
destemplado. De repente, siente la necesidad de sentir. De sentir como nunca
antes, como si estuviese recién nacido. Cierra los ojos y está encaramado a un árbol
fuerte, que se las promete centenario, cargado de pequeños frutas rojas y ramas
apuntando al cielo sin descanso. Es el mejor amigo, testigo de tardes eternas
en días iguales. Trepa a lo más alto cada vez que nadie le ve, dispuesto a
salir volando, soñando futuro…
Después, sigue avanzando sobre las baldosas
gastadas del pasillo de un instituto. Discreto, cabizbajo. Inundado de
conjeturas, flaquezas, deseos que no puede tocar, noches en vela sin motivo
aparente y algún que otro sueño secreto e imborrable. Camina en silencio, sin
alzar la voz ni llamar mucho la atención, no vaya a ser que todo se rompa...
Si apura un poco el paso, aparece
aposentado en un aula universitaria, tratando de traducir las palabras del
profesor a un lenguaje reconocible, más atento a la vida que pasa por los
ventanales, queriendo irse tras las huellas todo aquel que transita. Descubre,
con sorpresa, que posee un alma blanquísima que poco a poco se va enturbiando. Estas
son las reglas: se da la vida por un amigo, no existen imposibles, el corazón
late a 180 por minuto en estado de reposo.
Ah, después la vida se torna más espesa, menos
flexible, a medida que va descubriendo lo que ya no será. Atrapado en
farragosas tareas que ocupaban horas y horas, que le volvían a uno pura
programación, acción y reacción. Amanecer, oscurecer. Cansancio en bruto…
¿Cuántas cosas se fueron quedando por el
camino? ¿Cuántas comparten sofá con él, allí mismo?
Y sigue amaneciendo...sigue amaneciendo
contra viento y marea, envuelto en agua y luz, porque no cabe otra. Sigue
amaneciendo por increíble que pueda parecer.
Entonces, el futuro era esto, piensa. Una
casa de 45 metros cuadrados, cinco días laborables y dos festivos, ganas de
seguir y una melodía leve que guía los pasos....
Van cuarenta años y parecieron el trozo de
una siesta. Al menor descuido, habrá pasado la vida entera. Como si en vez de
esperar quien sabe qué en el sofá de casa, mientras la tv continúa a lo suyo,
aguardase en un banco por un autobús que no acaba de llegar.
Busca la hora en la muñeca y al instante
recuerda que hace mil años que no viste reloj.
Feliz cumpleaños, compañero. Va por ti.
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