viernes, 13 de febrero de 2015

Correr



Ya sabes, un pasito delante del otro. Sin pensarlo mucho, acto involuntario de fe, igual que late el corazón, parpadeamos, insuflamos aire…

Contra el viento y tras el viento. Por bulevares, caminos, trozos de campo, senderos encharcados, descampados castigados por el sol, por aceras populosas o avenidas despejadas, en parques, montes, carreteras, playas y valles…batiendo la tierra con la planta de los pies.

Sin mirar atrás, sin pensar en nada ni revolver en la cabeza los asuntos pendientes o mal resueltos. Tenso y firme, con la cabeza agachada para evitar el envite del ambiente o con el rostro de frente para lavar y borrar las penas.

Paladeando el suelo como verso suelto que se desliza en busca de un fragmento en el que, por fin, encajar.

Sin sentido y porque sí, o ¿por qué no? Hacia ninguna parte o de vuelta de todos los lugares, consciente de que no hay a dónde ir. Liberado de maldades, como estrategia de supervivencia y remedio para enfermedades incurables. Con los dientes apretados. Con la sonrisa alelada. Con la mirada perdida. En un sprint infinito, desde A hasta B, pasando por C. Por el camino más largo, en diagonal, sin pisar las líneas de las baldosas.

Después de un punto y aparte. O en respuesta a un punto y seguido.

De la mañana a la noche. Al amanecer. Cuando todos duermen o mientras algunos trabajan. A deshoras y de puntillas. Callado, concentrado, atento a no tropezar, aunque predispuesto al encontronazo.

Por mí y por todos mis compañeros. En larga fuga. A través de la gran noche de nuestras vidas. Hasta el infinito y más allá. De Norte a Sur, de Este a Oeste y vuelta a empezar pero sin rumbo. A flor de piel. A tus brazos soñados tanto tiempo…

Correr, correr y correr.






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