Antes o después, acabará por hacerse
demasiado tarde.
Cápsulas de colores, un sobre para diluir
en agua, varios jarabes indicados para el estómago, un supositorio si la cosa
aprieta y media docena de pastillas, en diferentes representaciones geométricas, que regulan operaciones vitales.
Cada tres días, en el ambulatorio pidiendo
recetas.
Cada quince, análisis de sangre. Si
equilibro esto, te baila aquello. La tensión arterial parece el resultado de la
lotería; nunca toca el mismo número.
Así que venga, no hay nada que perder.
Resta tirar de la cadena y decir adios a la farmacopea. A ti que más te da.
El primer día es parecido al del que deja
de consumir café, después de varias tazas por jornada. Poco a poco los sentidos
se desperezan y vuelven a captar.
Una buena puesta de sol acaba por coordinar
de raíz los niveles de cinco parámetros clave. Un buen chaparrón le hace
sentirse a una recién nacida, con el mundo por delante.
Nada cura más que un abrazo, y nada se
cobra más vidas que el miedo.
Créeme, para estar viva, te llega con saber
leer y las cuatro reglas matemáticas. Sí caminas, hazlo hacia delante. Si
dudas, cierra los ojos. Si no aciertas nunca, confía. Y si tienes que perder, al
menos que merezca la pena.
Lo básico: cada una tiene que tener un
escondite donde poder resistir.
A tu salud Ana María, larga vida a la
reina.