Hablaba Ángel González, el hombre hecho de
poesía, de la enloquecida fuerza del
desaliento…Esa misma que nos ha traído hasta aquí, por los siglos de los
siglos.
Hoy, Noviembre 2014, echo la vista atrás.
Tomo en brazos el pequeño ser que es mi
sobrina. La espío atentamente mientras va descubriendo a cada gesto un trazo
del mundo. Reparo en la cuidadosa mirada que dedica al pequeño reino que
compone su alrededor; la viveza exterior que va calando de colores el blanco
lienzo interior.
Cuando los días pesen en el haber y la vida
se abra camino en sus inescrutables bifurcaciones y retruques, quizá también
ella tome en brazos un trozo desprendido de su propio ser y se maraville con la
viveza y la sorpresa del que todo lo descubre por primera vez. Para esos nuevos
protagonistas, yo seré el hermano de su abuela, alguien ajeno, distante,
incierto…
Pienso en el hermano de mi abuelo M., que
murió fusilado en las postrimerías de la guerra civil, en el mismo prado, ya
transformado en instituto, donde muchos años después yo jugué al baloncesto. Pienso
en su hermano A., que se marchó desmemoriado y dando paseos por una ciudad que
ya no reconocía…
Pienso en sus descendientes respectivos, y
tengo que hacer esfuerzos para ubicarlos aquí y allá en el mapa. Apenas sabría
decirles a ustedes. Recuerdo, por ejemplo, en el primer curso en la
universidad, haber buscado en mi aula un rostro conocido y familiar, porque me
habían dicho que la nieta de A., compartía mi vocación por la ciencia de la
vida. Tardé unos cuantos días en dar con ella…
Tomo el teléfono móvil, indago en el
archivo y compruebo que ya no conservo su número. Tampoco localizo ningún otro
de los descendientes de los hermanos de mi abuelo. Atesoro, sí, un lejano y
vago recuerdo en blanco y negro, los dos hermanos, M. y A. sentados a ambos
lados de su madre, mi bisabuela, a la que no conocí y con la que al parecer de
algunas comparto rasgos inequívocos. El trío está rodeado de una extensa
familia a punto de expandirse en todas direcciones, como si los impulsase un
pequeño big bang. La fuerza de la
vida.
Tendemos a la dispersión. Desde que fraguamos en un minúsculo
cigoto fruto de un óvulo y un espermatozoide, todo nuestro empeño se centra en
la digresión ad infinitum. Corremos
alejándonos del origen primario, convulsos, ofuscados, dividiendo y soslayando
en cada división un trocito de lo que en su día fuimos y no recordamos haber
sido.
Sí, la alocada
fuerza del desaliento, mientras la tierra juega a traslación y rotación,
mareante travesía para la que no sirven ni viáticos ni alforjas…
Buen viaje mi querida familia, allá nos
vemos…
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