viernes, 7 de marzo de 2014

Enfermedad

Es difícil estar vivo.

La vida se rige por estrechos márgenes de los que no es conveniente desviarse. La temperatura interior ha de ubicarse entre los 36/37 ºC. Nuestras células desean moverse en un Ph óptimo de 7.39, en una escala que va de 0 a 14. En invierno, en agua marina a 10 / 12 grados, resistiríamos unos 15 minutos antes de entrar fatalmente en hipotermia. El aire que respiramos es un cóctel de gases en porcentaje preciso. Nuestro corazón, no puede latir más de 3 veces por segundo…

En calzoncillos, perdido en la madrugada, te observas con cuidado en el espejo. Eras bien guapo en tu juventud, nada te podía parar. Hoy escasea el pelo, el abdomen flaquea ante la presión de las vísceras y coleccionas recuerdos en unas bolsas bajo los ojos.

La mano cansada viaja rápido hasta el pecho y frota cadenciosa la piel. Ahí dentro el reloj golpea sin ritmo y por momentos parece que fuese a ceder a la desidia, dejándose ir.

Ya no duermes, ya no encuentras postura que te sosiegue el ánimo.
Un intenso dolor invade el vientre.

Te sientas sobre la taza, imbuido de ese ruido impreciso que zumba en las casas por la noche. Intentas miccionar sin mucho éxito, hasta que una quemazón te recorre la uretra y el líquido espeso gotea. Inclinas el tronco sobre las piernas. Sientes, por todas partes, presión sobre la piel. El frío asciende desde las baldosas y escala por tus huesos. Se te va la vista. Pitan los oídos como si el silencio los arañase.

Otra vez la mano en el pecho, ahora queriendo cerrarse en un puño. El dolor impreciso. La melancólica sinfonía que cae desde el cielo…

Y te preguntas, en las postrimerías de la contienda, única ventana encendida en el barrio:


¿Pero qué coño funciona mal ahí dentro?  

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