Pertenezco por nacimiento a una ciudad de
menos de cien mil, donde aun resiste un cine de barrio, con dos salas decentes
en las que siempre pasan buenas películas.
El garito en cuestión sobrevive, contra
viento y marea, cualquier inclemencia que le venga de frente. Y creo que lo
hace gracias a la testarudez y el ingenio de quien a diario lo defiende en
primera persona.
La noche de Reyes pasaban en el Duplex La gran belleza, de Paolo Sorrentino. Me pareció un
buen lugar para esconderme mientras sus majestades iniciaban la larga noche de
idas y venidas.
La película dura algo más de dos horas.
Concretamente 20 minutos más. Posee una fotografía hermosa, imágenes cargadas
de magnetismo. El protagonista, un periodista que hace muchos años escribió una
buena novela, un hombre cercano a la jubilación, desfila de fiesta en fiesta
por la noche de Roma, una ciudad que parece no agotarse, que es toda ella
intensidad inútil.
En su peregrinaje salvaje, atraviesa, como
un punzón que desmenuzase el corazón, una sociedad embarcada en lo superfluo, encallada
en la banalidad, nutrida de sí misma hasta la gula y definitivamente lanzada a
esa batalla perdida que es la huida hacia delante, mientras miramos a otro lado
para no ser conscientes del tortazo inminente.
Queda en la retina un inenarrable poso de
tristeza y absurdo cuando las luces se encienden.
Regreso a casa bajo la lluvia. Hoy me toca
el hogar familiar. Mis padres son gente sencilla, que no trasnochan ni alternan.
Mi padre ya duerme. Mi madre desgrana minutos del reloj viendo una película,
disfrutando del calor del fuego.
Me voy a la cama en espera de la pronta
visita de los magos de oriente. Tengo tantas cosas que contarles este año…
Concentrado en el techo, arropado por las
mantas, recuerdo que hace unas semanas cacé un programa en la tv que se dedica
a visitar casas de ensueño. En el capítulo en cuestión, tocaba un dúplex con
gran empaque. Tropecientos metros cuadrados para una pareja. Él, paisajista.
Ella, diseñadora de interiores. Lo tienen todo para ser felices.
Ahora la propietaria muestra orgullosa un
vestidor tan grande como mi habitación, mientras su marido poda en la terraza
unos bonsáis. Al final, presentadora y propietarios, brindan con cava de una
botella muy especial, en palabras de la anfitriona. Es un buen colofón, por cada
botella descorchada se pueden vacunar dos pequeños en el tercer mundo.
Genial, ¿no les parece?
Cierro los ojos doloridos. Que vengan los
magos ya. Menos mal que quedan en el mundo tipos como el del Duplex para
poner un poco de cordura ante tanta absurdidad y alevosía.
Foto 2, de Rocío Brage.
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