Buenas Noches a tod@s, donde quiera que estén...
miércoles, 24 de diciembre de 2014
viernes, 19 de diciembre de 2014
Asolados
El mundo gira y a cada paso que da, borra
por detrás e inaugura por delante. Vamos a tanta velocidad que pasamos de
puntillas, casi subrepticiamente, sobre los asuntos del día. Acontecimientos
que le acontecen a otro. Fatalidades que se desprenden sobre ajenos. Rayos
certeros que fulminan en el acto la vida de anónimos vecinos.
Me arrojo a las calles y el bullicio se
hace notar de inmediato. Luces de colores cuelgan del techo oscuro de las
calles. Transeúntes por centenas, que se disputan cada centímetro cuadrado, que
chocan conmigo sin darse cuenta y unos con otras, que pugnan por el mejor lugar ante el
escaparate, por una primera línea en la gran maratón que nos lleva de aquí para
allá, como si fuésemos restos del naufragio a merced de las olas.
Me parecen todos ellos, apiñados en
turbamulta, solitarios náufragos, asolados en la soledad de su isla.
El mundo se ahoga. Me remito a los diarios.
Un pesquero pequeño, con tres tripulantes a
bordo, pone rumbo a casa con la barriga llena y la faena cumplida. Aquí y allá
fueron rascando las rocas de la costa, para extraer la semilla del mejillón que
plantarán después en cuerdas, hasta verla crecer. Una ola precisa, que se forma
en el momento justo, que llevaba aguardando por ellos toda la eternidad, los embiste
de lleno por el lateral y los manda al tan melancólico fondo del mar. Se
recuperan trozos, retales, detalles de lo que algún día fueron y nunca más serán.
El cuerpo del patrón aparece flotando a unas cuantas millas de distancia,
rendido a la lucha sin cuartel, aterido, empapado, ahogado.
Sus compañeros, tampoco volverán a casa por
Navidad.
Una chalupa, amasijo de desechos, cruza el
estrecho como quien se lo juega todo a la ruleta rusa. Hasta que la tierna
embarcación desiste de su cometido y cede a su destino, que no es otro que el tan melancólico
fondo del mar.
Han contado las autoridades hasta ocho cadáveres
de bebés, que tampoco volverán a casa por Navidad, que no tienen nombre, que se
han ahogado mucho tiempo antes de que el agua comenzase a inundar el interior de
su cuerpecito.
Nos estamos ahogando, pero no nos damos
cuenta. Nos volvemos inmunes. Todo pasa. Nada pesa lo suficiente. Se agotaron
las palabras.
Tuerzo la calle a contrapié. Camino aturdido
tal que si fuera un peregrino sin camino cierto bajo los pies. Agacho la cabeza, me contraigo,
aguardo el envite de la ola que tarde o temprano habrá de borrarnos del
tablero...
Háganme caso, abandonen lo que quiera que
estén haciendo y aprendan a respirar en el fondo del mar cuanto antes: no los
olviden, no lo permitan.
viernes, 28 de noviembre de 2014
Familia
Hablaba Ángel González, el hombre hecho de
poesía, de la enloquecida fuerza del
desaliento…Esa misma que nos ha traído hasta aquí, por los siglos de los
siglos.
Hoy, Noviembre 2014, echo la vista atrás.
Tomo en brazos el pequeño ser que es mi
sobrina. La espío atentamente mientras va descubriendo a cada gesto un trazo
del mundo. Reparo en la cuidadosa mirada que dedica al pequeño reino que
compone su alrededor; la viveza exterior que va calando de colores el blanco
lienzo interior.
Cuando los días pesen en el haber y la vida
se abra camino en sus inescrutables bifurcaciones y retruques, quizá también
ella tome en brazos un trozo desprendido de su propio ser y se maraville con la
viveza y la sorpresa del que todo lo descubre por primera vez. Para esos nuevos
protagonistas, yo seré el hermano de su abuela, alguien ajeno, distante,
incierto…
Pienso en el hermano de mi abuelo M., que
murió fusilado en las postrimerías de la guerra civil, en el mismo prado, ya
transformado en instituto, donde muchos años después yo jugué al baloncesto. Pienso
en su hermano A., que se marchó desmemoriado y dando paseos por una ciudad que
ya no reconocía…
Pienso en sus descendientes respectivos, y
tengo que hacer esfuerzos para ubicarlos aquí y allá en el mapa. Apenas sabría
decirles a ustedes. Recuerdo, por ejemplo, en el primer curso en la
universidad, haber buscado en mi aula un rostro conocido y familiar, porque me
habían dicho que la nieta de A., compartía mi vocación por la ciencia de la
vida. Tardé unos cuantos días en dar con ella…
Tomo el teléfono móvil, indago en el
archivo y compruebo que ya no conservo su número. Tampoco localizo ningún otro
de los descendientes de los hermanos de mi abuelo. Atesoro, sí, un lejano y
vago recuerdo en blanco y negro, los dos hermanos, M. y A. sentados a ambos
lados de su madre, mi bisabuela, a la que no conocí y con la que al parecer de
algunas comparto rasgos inequívocos. El trío está rodeado de una extensa
familia a punto de expandirse en todas direcciones, como si los impulsase un
pequeño big bang. La fuerza de la
vida.
Tendemos a la dispersión. Desde que fraguamos en un minúsculo
cigoto fruto de un óvulo y un espermatozoide, todo nuestro empeño se centra en
la digresión ad infinitum. Corremos
alejándonos del origen primario, convulsos, ofuscados, dividiendo y soslayando
en cada división un trocito de lo que en su día fuimos y no recordamos haber
sido.
Sí, la alocada
fuerza del desaliento, mientras la tierra juega a traslación y rotación,
mareante travesía para la que no sirven ni viáticos ni alforjas…
Buen viaje mi querida familia, allá nos
vemos…
viernes, 21 de noviembre de 2014
Cottolengo
No se lo voy a contar, no se lo voy a
describir. No puedo y no sé.
Les dejo aquí sus normas para el día a día,
puede ser de su interés tenerlas presentes antes de poner el pie en la calle
cada mañana.
1.- No valores nunca las apariencias, ni busques compensaciones en la
entrega. Sería comercializar el amor.
2.- Se discreto en las conversaciones; es fácil patinar y la intimidad de
las personas es sagrada.
3.- No juzgues lo que te desagrada o no entiendes. Pregunta: es más fácil y
provechoso. Guarda tus iniciativas y criterios en algo que desconoces en
profundidad. Recuerda que has venido a servir y que el Cottolengo es una
familia y todas tienen costumbres a las que hay que adaptarse…
4.- ¡Acompaña pero no sustituyas al enfermo en aquello que puede hacer!
Recuerda que la eficacia puede ser enemiga del amor y que frente al
sufrimiento, el silencio es una forma de compartir. No te sirvas del enfermo
para desahogar tus problemas. Jesús vino a compartir.
5.- Procura controlar tus emociones y evitar las miradas de asombro, sé
sencillamente amable.
6.- Cualquier servicio que hagas, aunque no esté relacionado directamente
con el enfermo, como limpiar zapatos, barrer, limpiar carros etc. es tan
importante como darle de comer o acostarlo. Hagas lo que hagas, el servicio al
enfermo está presente hasta en las cosas más pequeñas.
7.- Al entrar en el Cottolengo, procura dejar tus preocupaciones fuera. Los
primeros tiempos pueden ser difíciles. Todo es cuestión de constancia.
8.- Ven a ayudar a los enfermos en todo lo que puedas, pero sobre todo hazles
compañía y conversa con ellos. Tú palabra y sincera amistad serán muy
apreciadas.
9.- Excluye de tu trato con los enfermos toda superioridad o paternalismo. No
les trates con ternura infantil o como anormales. Tienes mucho que aprender de
ellos.
10.- No presentes al enfermo nuestra sociedad de consumo, el mundo “exterior”
como “ideal”. Primero, porque no es verdad. Segundo, porque no le ayuda a
aceptar su vida sino a envidiar otras. La aceptación es su mayor riqueza y
tenemos que aprenderla también nosotros. Tal vez con el tiempo te des cuenta de
que el Cottolengo es mucho más “real” de lo que parece.
viernes, 14 de noviembre de 2014
Poeta
Ayer vi como te cortabas las venas y te desangrabas a
versos.
Supe que eras poeta y que podías volver a empezar.
viernes, 7 de noviembre de 2014
Virus
La ciudad se estremeció cuando saltó
la noticia y pronto, el país entero, se contagió del temblor.
Dicen que la Madre Tierra, llegado el
momento, sabrá cómo hacer para poner freno a esta locura expansiva de los
humanos a la conquista del último rincón virgen del planeta. Por eso, cuando
apareció el virus, no fueron pocas las voces de los profetas que anunciaron el
ansiado ajuste de cuentas de la
Madre, ser vivo, contra sus hijos, que como virus letales se
expanden dejando tras de sí cielos tupidos de polvo negro y suelos arañados por
la acidez más funesta.
El caso es que morían por docenas en el
televisor. El virus danzaba a sus anchas en países sin alcantarillado, sin
atisbo de sanidad y dónde tú mismo eres toda la suerte que puedes esperar.
No pasa nada, pensó el Gran Hermano del
Norte, aquí estaremos a salvo. Altas alambradas, guardias armados y el ojo que
todo lo ve, guardan nuestros sueños inocentes y dulces. Así que seguimos como
si nada, tranquilamente viviendo noches eternas y amaneceres de amor y lujo…
Hasta que floreció el día en que saltó la
noticia del primer caso de virus en la cara feliz del mundo.
Un sorpresivo suspiro se extendió por el hemisferio.
Cientos de medios se movilizaron. Una legión de sanitarios se volcó con la
infectada. Las autoridades impusieron el toque de queda en las calles y la
población no salía al exterior sin lucir una mascarilla para filtrar el aire
impuro.
En el televisor seguían muriendo por
docenas, pero ahora mis vecinos reparaban de soslayo en la tragedia.
Aun así, el fin del mundo tendría que
esperar en el Gran Hermano del Norte. La cuarentena y los medicamentos
experimentales surtían efecto. El tiempo pasaba despacio, sin que ningún otro
caso disparase las alarmas. Pronto, la paciente, abrumada por la expectación,
respiraba aire limpio en compañía de sus iguales más cercanos, mientras los
espectadores aplaudían satisfechos. La enferma, ya sanada, daba las gracias
emocionada, casi grogui, superada por el circo mediático que iba creciendo a su
alrededor.
El resto de la historia, es bien conocida.
Un ejército de periodistas se agolpó durante días a la puerta de su casa, y
cada vez que la paciente asomaba su cansado gesto, las preguntas se disparaban
como balazos: ¿A qué huelen las nubes?
¿Qué te hizo mamá hoy para comer? ¿Con que sueñas por las noches?
Mientras tanto, al otro lado de la valla
que nos separa del infierno, lejos de los focos, la jauría de desamparados se
duplica por minutos. A los que les sube la fiebre se les conmina a ubicarse en
la quietud de un rincón, que no toquen sus manos el alambre…pronto serán
cadáveres y solo entonces se procederá con el protocolo descrito por la
autoridad.
A la hora de esta crónica, el virus cabalga
cual jinete del Apocalipsis. Ganan fuerza los pronósticos más aciagos. Así que
no lo duden, señoras y señores, pasen y vean el espectáculo más grande jamás
contado.
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