Otra vez la luz se filtró por los poros de la persiana hasta besar las sábanas que la abrazaban. Otra vez resonó el canto bullicioso y desordenado de pájaros nerviosos guiados por instrucciones precisas para el nuevo día.
Otra vez las estrellas se borraron del
firmamento y cabalgaron lechosas bandadas de nubes contra un cielo azul recién
pintado.
Otra vez el frescor del amanecer inundó el
cuarto y trajo voces y fluir de líquidos por las cañerías de la casa. La vida
avanzaba de nuevo imparable, descontrolada como un ejército de actos
involuntarios encadenados.
Y otra vez se quedó, ella, bajo las
sábanas, sometida a la inconsistencia de sus músculos, quieta, inservible, arrastrando
los ojos de un lado a otro, como luces intermitentes, aguardando, otra vez, a
que alguien le diese la vuelta y la enfrentase al techo, otra vez.
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