martes, 13 de agosto de 2013

Pasos



Parece ser que los actos repetitivos y constantes ayudan a no pensar, y no pensar es la mejor forma de encontrar eso que al parecer andas buscando.

Así que he decidido volver a casa caminando y en eso estaré ocupado los próximos días. Sean los que sean.

Vengo a decir que me voy, pero volveré; o que vuelvo, sencillamente porque me estoy yendo.

He calculado que si un paso es un metro, entonces tendré que dar del orden de 850 antes de llegar a casa. 850 mil pasos, quiero decir. Espero no perderme en ninguno de ellos.

Mientras tanto, que tal si prueban a ser felices. Piensen que es gratis y difícilmente se arrepentirán.

Salu!



viernes, 9 de agosto de 2013

Sentencia



A mitad de la noche, en un instante ignoto, cierto vaivén inconsistente sobre la piel del antebrazo, lo despertó.

Tardó en recuperar las circunstancias y los hechos. No fue fácil recordar el lugar que habitaba. Giró en la cama, alargó el brazo y descubrió el hueco vacío. Fría por regiones, inhóspita en su totalidad.

Sí, hacía ya días que dormía sólo en aquel apartamento pequeño, recién prestado por la urgencia de los acontecimientos. En los sueños se rebajan los límites y todo es posible. Ya despiertos, casi nada resiste el contraste.

A tientas llegó hasta el baño. La calidez de la noche se hacía notar, la respiración repetida cocinaba un aire caldoso que cansaba respirar. Aturdido se sentó sobre la taza del váter, cerró los ojos con fuerza y concentró, con los brazos cruzados sobre el vientre, todas las fuerzas disponibles en la uretra.

Ahí el líquido fluyó por fin y arrastró en su curso una densidad pastosa que arañó las paredes del conducto. No pudo verlo, hasta unos segundos después, pero el líquido rojo se entreveró en el agua cristalina sin hacer ruido.

Al terminar, allí estaba aquella mancha vital anunciando un punto y aparte.

Aturdido y en pijama, abandonó la casa y ascendió las escaleras hasta la azotea. Tan arriba la noche era fresca y aliviaba el calor que día tras día asolaba el exterior sin descanso. La cubierta de tela asfáltica rezumaba la temperatura retenida en sus moléculas.

Le pareció que vestía poca ropa y que, en cualquier caso, era inapropiada. Por encima del perfil sombrío de los tejados, caminaba de puntillas una enorme luna llena. No era la primara vez que se miraban cara a cara.

Se acordó de la sangre coloreando el agua del inodoro, aun aquietada. Reparó en el escozor de la uretra, que insistía.

Estaba solo en el mundo y nada volvería a ser lo mismo. Lo supo al instante. De momento, la inminente mañana, no se parecería a ninguna otra de su vida.

Tuvo la impresión de que habitaba un sueño que no se dejaba soñar.

De repente, deseo con todas las ganas que le quedaban, estirar los brazos, levantar la cabeza, inclinar la espalda y salir volando por encima del perfil oscuro de tejados y antenas.

Para siempre y contra todo pronóstico.

viernes, 2 de agosto de 2013

Boda



Miles de estrellas sirvieron de testigo.

El primero que se dio cuenta del fatal desenlace, fue el cura encargado de oficiar. Discretamente se hizo a un lado del novio y fue desapareciendo a pasos cortos por un lateral.

No consta que ninguno de los invitados se levantase para expresar sus condolencias por el triste epílogo, al fin y al cabo todos ellos acudían de parte de la novia.

Un chico delgado y con un traje dos tallas más grande, se interesó por la vigencia de los canapés, que aguardaban un centenar de metros más allá. No faltó quien recriminó la falta de tacto al tiempo que pensaba si recuperaría, en los próximos días, el preceptivo pago en metálico efectuado como regalo

También aquí la discreción fue gloriosa. Ni siquiera los pasos sobre el campo hicieron crujir una brizna de hierba que delatase el desfile de asistentes. El sol caía a plomo y con una leve brisa se despejaba el panorama.

Pronto quedaron apenas sillas vacías y un tipo erguido con una flor roja en el ojal. Inmóvil como un espantapájaros que cumple fielmente con lo que se espera de él.

Pasó el tiempo casi sin querer. De repente el novio giró la cabeza a la derecha y el violinista entendió que podía dejar ya de tocar. Sin embrago, no se atrevió a cesar el interludio mientras quedase un pedazo de esperanza.

Mientras tanto, lejos, muy lejos, una novia terriblemente vestida de blanco, seguía corriendo lejos, muy lejos.

Allá va otra bonita historia con fecha de caducidad.