viernes, 1 de febrero de 2013

Esperanza


A veces, en la cara de la gente, veo personas.

Aunque son tres cajas operando, aguardo en la que tiene una cola mayor. No se me ocurre moverme de mi sitio por nada del mundo. Llevo las cosas en la mano, como hacen la compra los malabaristas y los ociosos.

Hola, buenos días, me dice Esperanza. Respondo lo imprescindible y apunto con los ojos a todas partes. No la miro nunca cuando es mi turno, solo desde lejos y por partes.

Sobre la cinta se mueven los espárragos, el cartón de zumo, 150 gramos de algo loncheado y una bolsa con tres tomates.

- No pesaste los tomates ¿quieres ir a pesarlos?
- Es igual, déjalos.
- ¿Seguro?
- Sí.
- Entonces 6,13.

Mientras espero a que la tarjeta de crédito actúe, contemplo el uniforme de Esperanza vuelta de espaldas. Cuando regresa para entregarme la factura, sonríe. Sonríe siempre, creo que por vocación.

En el intercambio de monedas me sorprende mirando la chapa metálica en la que lleva escrito su nombre y apellidos. No puedo evitar deletrear su nombre.

Es muy morena. Tiene un pequeño lunar redondo entre las cejas, como si llevase el centro del universo inscrito en la frente. Se pinta mucho los ojos.

Vengo a verla dos o tres veces por semana y de paso compro algunas cosas. Lo necesario a estas alturas de la vida. Un día tengo que decirle algo, pienso todos los días, al tiempo que ella pasa los códigos de barras por el lector u ordena mis tres o cuatro cosas dentro de la bolsa. Algún día sucederá o algún día llegaré y no estará…

- Adiós, gracias.

Apuro el paso, quiero llegar a casa, tomar un folio, escribir algo bonito para decirle a Esperanza. Es-pe-ran-za.

Por fin arribo, dejo la bolsa sobre la mesa de la cocina, enciendo la radio, me tumbo sobre la cama, boca arriba, transeúnte, pensando frases bonitas para susurrar. Frases que repito en la cabeza una y otra vez, pero que no anoto por miedo a que el paseo descalzo sobre las baldosas frías, en busca de los instrumentos para la escritura, arruine la supuesta idea genial.

Mañana le escribo, pienso mientras espero a que caduquen los alimentos otra vez. Mañana le pido que haga las maletas. Mañana…

Cientos de palabras para no decirle nada.




Foto: Rocío Brage

No hay comentarios:

Publicar un comentario