La vida, puro teatro.
Aguardo paciente dentro de un coche, mientras fuera la
lluvia no cesa, los cristales se van empañando de pensamientos y tal vez la
bajamar triunfa en la costa.
Aguardo sin saber qué y entretengo las circunstancias con
la escrupulosa observación del transeúnte.
Pienso en todas las cosas que pueden suceder a un tiempo
en millones de sitios a la vez. Desde Milwaukee a Paysandú, desde Ushuaia a Vladivostok,
desde Ranguiroa al asiento de mi coche y vuelta a empezar.
Agazapados bajo sus paraguas, cabizbajos, amparados en la
intimidad de sus abrigos, van pasando mis conciudadanos. Pisan las baldosas
como quien teme violentar a su paso una mina que los haga saltar por los aires.
La vida no precisa más que un segundo para cambiar de dirección, me dijo hace
poco un amigo que salió ileso de un accidente inverosímil.
Sí, pensé secretamente. Si acaso los accidentes no
obedecen a un cuidado guión, construido sabe quién donde por un Dios cuya mayor
muestra de magnificencia es hacer que, al final, todo encaje.
Pienso en el profesor de matemáticas alcoholizado que en
la facultad daba clases tambaleándose y al que ayer, después de tantos años,
sorprendí anudado a una copa en el bar de siempre. Pienso en los escrupulosos
horarios y rutinas de mi vecina, a quien escucho ir y venir en las horas más
extrañas. Pienso en M que a sus casi treinta no sabe que hacer para no seguir
haciéndo nada…
Un camino equivocado también es un camino…Siempre que uno
sea capaz de creer a ciegas en su destino, repuso mi amigo.
La cosa puede ser más o menos así. Antes de comparecer en
escena, cada protagonista toma en sus manos el guión que habrá de defender
cuanto tiempo sea menester. Ubica su posición en la historia. Toma noticia del
contexto en el que ha de surgir. Asume los próximos movimientos a dar. Fantasea
con las emociones que le serán dadas y por fin se arroja de lleno a la vida.
El personaje entra en escena amnésico, ignorante de lo
que para él ha sido escrito. Va dando tumbos por su existencia, desaprendiendo,
componiendo entuertos.
A veces, uno conecta de tal forma con la realidad del
escenario, que olvida el fin último y se dedica a tomar por cierto todo cuanto
ve, sin percibir que es atrezo y nada más. Acumula posesiones, sufre de envidia, colecciona frustraciones, consigue
amar ciegamente lo material y solo de vez en cuando siente, en una región muy
lejana de su corazón, que algo no encaja.
A veces, uno tropieza abruptamente con la realidad y en
el fondo de su vida, en apenas un segundo, ve la luz. Consigue por fin
desprenderse de todo cuanto objeto inútil le rodea e inmoviliza y da rienda
suelta al texto que escrito lleva dentro.
Entre medias, estos mis compañeros de reparto:
cabizbajos, medrosos de pisar charcos. Y fuera llueve, los cristales se empañan
de pensamientos, en la costa tal vez la marea comienza a bajar…
Foto: Rocío Brage.
Foto: Rocío Brage.