lunes, 19 de noviembre de 2012

Historia



Ya nada tengo que decir, ni a ti ni a nadie, algo así sentenciaba un  personaje de Rayuela, ese ingenioso juego de Julio Cortazar para viajar de la tierra al cielo merced a pequeños saltos.

A la Historia, en cambio, le sucede justo lo contrario. Y es que siempre tiene algo que decir. Es como una mente en ebullición, activa a cada paso, incapaz de respetar meditación alguna. Actúa en todo momento y en las infinitesimales partes que éstos se descomponen.

Siempre algo que contar. Aunque nadie la escuche o haga caso. Puede suceder que sus palabras se pierdan en el aire de mañanas tranquilas y sonrosadas, en atardeceres lentos, lentos…en caminos de tierra por los que no se transita más que de cuando en ciento.

Así es como quedan enterradas aventuras y leyendas. Complejas vidas enteras huérfanas de un testigo que recuerde y hable por ellas. Odiseas anónimas, un día escritas en primera persona, hoy reducidas a escombro y cicatrices. Poesías heroicas que ninguno recita. Momentos inmaculados, genuinos, inolvidables pero olvidados…

Tomo entre manos la única foto que se conserva de mi bisabuelo, M. G. y me pregunto quién es ese señor de bigote recio que mira por primera y última vez a la cámara que lo enfoca. Fue necesaria la verificación de su nieta mayor, que frisa los setenta y tantos para tener certeza. Es él, dijo auscultando con los ojos cansados unas facciones que yacían en su infancia.

Poco sabría decir a día de hoy de su parte, después de mucho preguntar. Que era un hombre adusto, serio, tenaz. De profesión, carpintero de barcos. Ninguna otra seña. Ni de dónde vino ni a dónde es que se fue.

La Historia sabe, pero habló en su momento y no le gusta repetirse.
 
Hoy, pienso mientras recreo sus vidas posibles, vivimos al margen de las virtudes del anonimato. Es casi imposible obviar el detalle. Las vidas se digitalizan y exhiben. Uno no piensa y rumia en la intimidad, sino que expone en letras e imágenes para el resto de congéneres, conocidos o no, todo cuanto le acontece. No hay mesura.

Dentro de varios lustros, tal magnitud de ruido acumulado terminará por arruinar cualquier esperanza de conciliar el sueño y practicar el sosiego.

Estamos expuestos. A día de hoy, no basta con vivir la vida; para ser feliz es menester contarla a cada pálpito y circunstancia. Que toda la humanidad tenga la oportunidad de vernos, seguirnos y manifestarse.

En medio de tan compleja encrucijada me encontraba, degustando el último bocado del desayuno, cuando mi padre se puso en pie para recoger su taza. Antes de salir en busca de su día, sentenció todas mis congojas.

-      A mi edad el pasado no importa y el futuro no existe.

Usted, estimado lector/a, tendrá que imaginar el resto.

Foto: Autor desconocido.

2 comentarios: