Ya nada tengo que decir, ni a ti ni a nadie, algo así sentenciaba un personaje
de Rayuela, ese ingenioso juego de Julio Cortazar para viajar de la tierra al
cielo merced a pequeños saltos.
A la Historia, en cambio, le sucede justo lo contrario. Y
es que siempre tiene algo que decir. Es como una mente en ebullición, activa a cada paso, incapaz de respetar meditación alguna. Actúa en todo momento y en las
infinitesimales partes que éstos se descomponen.
Siempre algo que contar. Aunque nadie la escuche o haga
caso. Puede suceder que sus palabras se pierdan en el aire de mañanas
tranquilas y sonrosadas, en atardeceres lentos, lentos…en caminos de tierra por
los que no se transita más que de cuando en ciento.
Así es como quedan enterradas aventuras y leyendas.
Complejas vidas enteras huérfanas de un testigo que recuerde y hable por ellas.
Odiseas anónimas, un día escritas en primera persona, hoy reducidas a escombro y
cicatrices. Poesías heroicas que ninguno recita. Momentos inmaculados, genuinos,
inolvidables pero olvidados…
Tomo entre manos la única foto que se conserva de mi
bisabuelo, M. G. y me pregunto quién es ese señor de bigote recio que mira por
primera y última vez a la cámara que lo enfoca. Fue necesaria la verificación
de su nieta mayor, que frisa los setenta y tantos para tener certeza. Es él,
dijo auscultando con los ojos cansados unas facciones que yacían en su
infancia.
Poco sabría decir a día de hoy de su parte, después de mucho
preguntar. Que era un hombre adusto, serio, tenaz. De profesión, carpintero de
barcos. Ninguna otra seña. Ni de dónde vino ni a dónde es que se fue.
La Historia sabe, pero habló en su momento y no le gusta
repetirse.
Hoy, pienso mientras recreo sus vidas posibles, vivimos
al margen de las virtudes del anonimato. Es casi imposible obviar el detalle. Las vidas se digitalizan y exhiben. Uno no piensa y rumia en la
intimidad, sino que expone en letras e imágenes para el resto de congéneres,
conocidos o no, todo cuanto le acontece. No hay mesura.
Dentro de varios lustros, tal magnitud de ruido acumulado
terminará por arruinar cualquier esperanza de conciliar
el sueño y practicar el sosiego.
Estamos expuestos. A día de hoy, no basta con vivir la
vida; para ser feliz es menester contarla a cada pálpito y circunstancia. Que
toda la humanidad tenga la oportunidad de vernos, seguirnos y manifestarse.
En medio de tan compleja encrucijada me encontraba,
degustando el último bocado del desayuno, cuando mi padre se puso en pie para
recoger su taza. Antes de salir en busca de su día, sentenció todas mis
congojas.
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A mi edad el pasado no importa y el futuro no existe.
Usted, estimado lector/a, tendrá que imaginar el resto.
Foto: Autor desconocido.
Foto: Autor desconocido.
Pues tu padre siempre ha tenido razón: sólo Eloy importa.
ResponderEliminar(PD: lo de jugar rayuela se vé entretenido)
Tocado!
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