En breve abandonaría el paraíso, así que los últimos movimientos
deberían de caber en un puñado de segundos. Eligió sexo, desconectó las alas,
sintió toda junta la melancolía de los gestos inútiles.
El último martes había desayunado, como todos los martes, en el bar de
la plaza. El Piola. La concurrencia era la habitual y pidió permiso para
sentarse junto a la novedad. Tenía el pelo rizado, los ojos sucios. Ella le
rozó levemente la mano al tomar el periódico descuidado en la esquina. Quién
sabe a estas alturas si a propósito.
Al encuentro minúsculo de pieles le sobrevino un huracán que barrió las
migas de cruasán del mostrador. Él escupió la vida eterna sin pensarlo:
- Haremos el amor el número de veces que tú quieras, solo has de
procurar que la cifra elegida se acerque al infinito...Necesito tocar tu piel a
todas horas.
- Siempre que puedas pagarlo cariño, siempre que puedas pagarlo.
Y se tragó, de un sorbo, los posos del café. Directos al corazón.
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