Todo fluye, todo cambia, nada permanece.
Entonces
abrió los ojos. Fue justo el instante en que Mamá apareció en la la puerta, con la tarta
sobre las manos. Traía las velas encendidas y supo, sin pensar, que aquellos tres
palotes, se correspondían con los mismos dedos que ella tan bien sabía contar.
Pide un deseo, escuchó que le decían. Se demoró unos segundos y cuando lo tuvo
bien agarrado en la cabeza, sopló. El estruendo de los aplausos le hizo cerrar
los ojos grandes y curiosos, no fuera que el deseo no estuviese bien sujeto.
Entonces
abrió los ojos. El sol se desparramaba a lo largo del cristal. Al fondo de la
calle rugió el ruido gripado de un ciclomotor y ella rompió la quietud. Corrió al grito de me voy. No vengas tarde,
escuchó que le decían. No vendré tarde, pensó, pero no todos los días se
cumplen dieciséis. Subió de paquete en la moto, atesoró la cintura del otro
entre sus brazos y cerró los ojos con fuerza, no fuera que el viento le
despeinase el sueño.
Entonces
abrió los ojos y vió ante ella un triangulo de tarta de chocolate. La cocina
estaba vacía, alguna pisada aun oscurecía el suelo blanco. La fiesta terminó,
es el último bocado. Sobre el mantel manchado de vino bailaban las figuras desgastadas
del 2 y el 9, firmes como soldados de imaginaria. Mañana empieza una vida nueva
se prometió y para que nada fallase, cerró los ojos y rubricó el empeño.
Entonces
abre los ojos, acaba de despertar. Le cuesta recordar, porque no hace mucho que
vive en la casa. La vida se le posa de a poco por todas partes, recuerda esto y
aquello, lo bueno, lo malo. Un par de golpes en la puerta del cuarto le
recuerdan que no está sola, que nunca lo está.
- Sí.
- Feliz Cumpleaños.
- ¿Otra vez?
- Otra vez.
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