Antes me sentía terriblemente triste, porque mi teléfono
móvil no sonaba nunca y podía recorrer la ciudad sin interrupción ni saludos al
pasar.
Pero eso era antes, porque ahora tengo una tarjeta de
crédito y cada vez que hago una compra superior a 10, el sistema bancario me
informa al instante del gasto mediante un sms y me sitúa, de paso, en el
espacio/tiempo. Así, a cambio de entrar y salir de los comercios para ejercer
mi derecho al gasto sin control, puedo a diario trazar un itinerario de mis
pasos a lo largo y ancho del mundo.
Mi banco siempre está atento a mis necesidades; por las
noches duermo con la tarjeta apretada en mi mano, escondida bajo la almohada.
A veces, de madrugada, agobiado por tanta quietud, he
tenido que levantarme a toda prisa y correr por las calles desiertas en busca
de un cajero de guardia para retirar un par de billetes y forzar el saludo del
sistema.
Nunca antes había sido tan fácil estar vivo para un
hombre que solo es un hombre solo.
Para todo lo demás…
Foto: Rocío Brage